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El Sol caía lentamente en una pequeña aldea, rodeada por las montaña y grandes barrancos que chocaban con el mar. Los pequeños barcos costeros empezaban a ser amarrados en la playa, tras ser recompensados con la pesca del día. La bahía presentaba un aspecto de cuento, mientras las gaviotas volaban con el Sol a sus espaldas y los barcos volvían lentamente a la costa. Anabel y Alfredo, de 15 y 16 años estaban sentados en la playa, observando el ocaso del Sol mientras se cogían de la mano, se miraron y acercaron lentamente, ya sintiendo el aliento del otro, se oyó una voz, rápidamente se escuchaba más voces y más intensamente, Anabel y Alfredo identificaron las voces y se reincorporaron antes de que le viesen Clara, Tomás y Santiago. Todos de 15 años, excepto Tomás, hermano de Santiago.
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